Rizando el rizo y afinando, lo correcto es decir desde El Arrecife a Takapau. Natural de este departamento carloteño, Iván Wals (27 años), emprenderá una nueva etapa vital en otra pequeña pedanía rural, pero a casi 20.000 kilómetros de su hogar. Nueva Zelanda es su destino. Una de las primeras potencias mundiales en producción de miel.
Iván lleva la apicultura en la sangre. Su padre tuvo una empresa, Apícola Wals, que le traspasó hace unos años. «Siempre me ha gustado este sector, pero ya se ha puesto muy complicado y solo están aguantando las medianas o grandes explotaciones de segunda o tercera generación que tienen capacidad económica para aguantar la situación», afirma.
«Yo era el único apicultor menor de treinta años de la provincia de Córdoba, muchos lo han dejado; aparte de la sequía, la miel que entra de China y Ucrania está haciendo mucho daño. En estos seis años de trayectoria me he dado cuenta de que es un sector muy desmotivador, no se potencia desde las administraciones el relevo generacional».
Potencial de las antípodas
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La idea de irse fuera surgió hace un año de una asamblea nacional de apicultores donde se habló del creciente potencial de Nueva Zelanda.
A Iván le comía la curiosidad, se informó y comenzó a «tocar botones» hasta que consiguió un contrato de tres años en una empresa neozelandesa muy puntera, que vende a medio mundo, Kintail Honey Limited. Posee más de 12.000 colmenas y está especializada en miel de manuka, autóctona del país. También produce cera de alta calidad que vende a Alemania y asimismo comercializa las abejas con Estados Unidos, Canadá y países árabes.
Llegar a este punto ha sido un proceso largo y tedioso, cargado de burocracia, análisis médicos y trámites con Inmigración. «Nueva Zelanda es un país muy restrictivo en el ámbito laboral y solo entra el que realmente hace falta para trabajar», asegura.
En cuanto al trabajo en sí, señala que la principal diferencia con España es que allí transportan las colmenas en helicópteros para cambiar la ubicación de floración, ya que hay zonas muy montañosas. Su salario va a rondar los 4.000 euros mensuales y la empresa le proporciona una vivienda por una cantidad «ínfima» de dinero. «La mitad de los trabajadores somos extranjeros, yo voy a compartir la casa con un compañero argentino», dice.
La aventura laboral de Iván ha suscitado interés en muchos jóvenes de La Carlota. Él les dice que ha tenido suerte y que, por otro lado, hay que pensarlo muy bien. «Tienes que ser consciente de dejarlo todo aquí, familia, amigos, tu casa… aquello está muy lejos, la verdad; mi madre no lo tiene muy asumido y mi padre piensa que me van a explotar; en cambio mi hermana cree que me va a ir bien y a mis amigos les da cierta tristeza que me marche», explica.
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Iván, con mucha ilusión y la intención de permanecer como mínimo los tres años de contrato, partió ayer domingo con un itinerario que comprende Córdoba-Madrid en tren; un avión de la capital de España hasta Qatar; y de ahí otro vuelo hasta Auckland, la ciudad más poblada de Nueva Zelanda, desde la que viajará a Napier, que está a una hora de Takapau y donde lo recogerá su nueva empresa.
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